por Tina Gardella para el Diario del Juicio
El cuarto juez, el juez
sustituto, le preguntó a la testigo por el mobiliario de esa casa de calle
Frías Silva que según decía conocer muy bien por haber trabajado allí para una
“señora de edad”. Cuando la testigo afirmó que de las dos habitaciones una se ocupaba
como dormitorio y que en ese dormitorio había una cama matrimonial y otra cama
pequeña, el fantasma de los Araldi-Oesterheld se adueñó del silencio de la
sala.
Muebles u objetos, no sólo fueron
testigos mudos de la irrupción violenta y la cotidianeidad estallada; también
dan cuenta de las tramas y rutinas de la vida familiar. “Cuando cumplí un año, vinieron mis abuelos paternos y festejamos mi
cumpleaños en esa casa…tengo una foto que registró ese día”, comenta al tribunal, atesorando el recuerdo, Fernando,
el hijo depositado en la Casa Cuna
por las fuerzas represivas.
Una casa que deja de ser habitada
por unos y esa cama que deja de ser ocupada, no son sólo una casa vacía o una
cama sin ellos. Los objetos y las cosas son en ese sentido un soporte para lo
que Alejandro Kaufam definía en la
charla inaugural de la Fundación Memorias
e Identidades del Tucumán, como “los
modos de organización del sistema de pautas y expectativas que sostienen los
derroteros de nuestros comportamientos e intercambios simbólicos”. Cuando uno
abre la canilla espera que salga agua; uno se acuesta en una cama y espera
despertar al otro día en la misma cama – ejemplificaba Kaufman.
Es que ante lo que pueda suceder,
tenemos expectativas, formas de responder, posibilidades para el hacer, que se
van construyendo con diversos grados de sorpresas e incertidumbres. Suprimir al
otro en su cuerpo, su cultura, su pensamiento, es decir, eliminar esa
existencia humana, no era esperado ni tampoco se creía que ocurriera; pero
ocurrió. Casas, muebles, objetos, también dieron cuenta de ello.
Marta Lía, en su lucidez y
agudeza para contextualizar políticamente los momentos que vivió su familia, se
detiene una y otra vez acerca del derrotero de su casa. Asistida por su hijo
Juan, en una clara muestra del sentido y espíritu del programa de
acompañamiento a testigos que privilegia lo “profesional” más que el
“profesionalismo”, le cuenta al tribunal que cuando regresó de Bolivia a donde
había ido para salvar su vida, su casa en la localidad de Alderetes estaba
ocupada. “Cuando en democracia pudimos denunciar el hecho y finalmente recuperarla,
el oficial que se había adueñado de la casa, tiró por la ventana platos, vasos,
ollas y fuentes, rompió sillas y mesas, destrozó ventanas y puertas”… y
agrega, con el asombro penoso que le dura, que una vecina que vivía al frente,
sufrió un infarto ante la escena de la sinrazón.
“Nuestro taller era el orgullo de la familia y también orgullo para los
tucumanos” –cuenta Julio César, con la rabia y el dolor contenidos en
tantos años. Cuando secuestran a su hermano, el taller sufre el saqueo de las
fuerzas represivas. “Rulemanes,
herramientas, repuestos, bancos de prueba y hasta 100 documentos que teníamos
para cobrar, se robaron. Desmantelaron el taller. Desmantelaron la familia. Tomándose
su tiempo para enumerar despacio, como masticando cada letra, una a una las herramientas robadas, reflexiona ante el
tribunal acerca que el objetivo del saqueo no era solamente el interés
material, sino el aislamiento de la familia al dejarla sin posibilidad de
trabajo y referenciación social. Objetivo no logrado- enfatiza- por el
“cinturón” de amigos incondicionales de la familia que se turnaban por día para
solventar los gastos familiares.
La densidad simbólica de la
escena de los juicios de lesa humanidad está construida no solo por el relato
sobreviviente, el testimonio militante o el acompañamiento perspicaz. También
lo hacen esos objetos y cosas que permiten instalar la naturaleza del horror
más allá de los centros clandestinos: su inscripción en una vida cotidiana que
de pronto los llevó al destino incierto de apropiamiento y destrucción es otra
forma de verificar como se construía el terror.
Pero además, y esto es lo más
importante, estas casas, muebles, objetos u cosas están para decirnos que la
relación con la memoria tiene anclajes materiales y que nombrados y atesorados
por los testigos, cobran una presencialidad que los hace formar parte de las
prácticas que suponen las respuestas y/o iniciativas que desde el presente nos empeñamos en
construir en pos de Memoria, Verdad, Justicia.
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