- Por Fabiana Cruz y Hugo Hernán Díaz para el Diario del Juicio
Septiembre de 1975
PH Archivo Operativo Independencia - Gentileza Archivo Nacional de la Memoria
Flavio Fernando Soria Ovejero nació el
9 de septiembre de 1974, y vivió el secuestro de su padre Fernando Arturo Soria
Ovejero, un mes antes de cumplir su primer año de vida. Debido a la corta edad
que tenía, debió hacer una reconstrucción de los hechos a partir de los relatos
familiares y de amigos.
Fue un 20 de agosto del 75’ en horas
de la madrugada, cuando un grupo militar rompió la puerta de su casa en Santa
Lucía y se llevaron al por entonces militante de la agrupación Montoneros
Fernando Soria Ovejero. El 11 de septiembre el cuerpo de la víctima fue
encontrado en casa de gobierno, fusilado. “Tenía
más de treinta tiros en todo el cuerpo” relató Flavio. Además contó otra
particularidad: “En el velorio la mayoría
de las personas que habían no eran amigas, ni familiares de mi padre”.
Su madre por su parte, Elvira Rosa
Roldán, era seguida constantemente por dos personas. Él junto a su madre fueron
secuestrados por unos días en los que permanecieron en la escuelita de Santa
Lucía. Amenazaban a Elvira con matar a Flavio, a quien se referían como “el paquetito”. Durante el cautiverio,
el niño perdió mucho peso y estaba en mal estado.
Producto de la constante aplicación de
picana eléctrica Elvira tiene actualmente los dedos del pie quemados. Al ser
liberados fueron tirados en un río de la zona.
Manuela del Carmen Flores Fregenal,
fue citada ante el TOF para testificar por los hechos que perjudicaron a su
yerno (Julio Estegidio Soria) y a su hija (Marta Adela Álvarez).
Julio Soria y Marta Álvarez tenían dos
hijos, uno de un año y medio y otro de 15 días de vida. Se encontraban viviendo
en la casa de la madre de Marta, en Las Mesadas (Santa Lucía) por lo reciente
del parto de Marta. Manuela recuerda
que Julio trabajaba pelando cañas, y que no tenía militancia alguna. Un 15 de agosto por la noche, en el año
75’, ingresaron un grupo de personas se acercaron al domicilio de Las Mesadas y
se hicieron pasar por el hermano de Julio.
“Si es mi hermano porque no me busca él” les decía Julio, sin embargo, con
la excusa de hacerle averiguaciones, se lo llevaron y nunca más se supo nada
él.
Manuela intentó averiguar sobre el
paradero de su hijo, pero el mensaje para ella fue claro: “Hágase cargo de sus nietos, porque el padre no va a volver más”.
NorWinco
Juan Carlos Camuñas fue secuestrado en
horas de la noche el 4 de agosto de 1975 en la ciudad de Lules. Ingresó a su
casa un grupo comando acusándolo de volar un avión militar, lo golpearon a él,
a su mujer y su suegro. Los secuestradores lo subieron a un vehículo y el
recorrido continuó con la búsqueda de “el cuervo” Pérez y la “santiagueña”
Monti. En un primer momento los llevaron al ingenio de Lules, luego a la
comisaría de Famaillá y posteriormente a la Escuelita de Famaillá donde serían
torturados. Juan Carlos recuerda haber escuchado una conversación en la que el
grupo que los mantenía en cautiverio decía “se
nos fue la mano” en referencia a la santiagueña, por lo que pudo inferir
rápidamente que la habían matado.
En la Escuelita eran golpeados varias
veces al día, picaneados e interrogados. Les preguntaban acerca de los
extremistas. Los tres secuestrados trabajaban en la fábrica NorWinco la cual se
encontraba en pleno conflicto gremial debido a que los pagos estaban muy
atrasados. Cuenta Juan Carlos además que un día, “unos compañeros habían dibujado unos signos del ERP en la fábrica”
cuando ésta agrupación los visitó.
“El
doctor Pisarello y el senador Herrera fueron las dos personas que ayudaron a
que salga en libertad”, comenta
Camuñas. Cuando lo liberaron, fue sosteniéndose de un palo para poder caminar
hasta su casa por 10 km, “mamá, estoy en
libertad” recuerda que fueron sus palabras al ingresar al domicilio.
El ex militar José María Menéndez había
asumido como gerente de NorWinco, y una vez libre Juan Carlos, lo había obligado
a presentar una renuncia ante la fábrica. El testigo cuenta que todavía posee
material que documenta la renuncia y las diversas gestiones por las que pasó
luego del secuestro.
Un mes antes de su detención, había
sido secuestrado Rolando Camuñas, su hermano. “Para liberarlo a él, los militares nos obligaron a mí y a mi papá a
venderles terrenos”. Rolando estuvo detenido 3 años en Rawson.
Otra cuestión que forma parte del
relato de Camuñas, tiene que ver con los episodios que le ocurrieron con dos
médicos: uno apellido Baldo y el otro Carrasco. Baldo, en la Escuelita de
Famaillá, le había propiciado una patada que lo dejó casi sin respirar. Cuando
Juan Carlos estuvo en libertad, lo reconoció por la voz y le recordó el hecho
que los incluía a ambos, asegurando que el médico “se puso colorado” y no quiso escucharlo. Por otro lado recordó al
doctor Carrasco quien le daba pastillas para sus dolores de mandíbula durante
la detención. “Yo tenía miedo, no sabía
si eran pastillas para envenenarme o qué, pero me hicieron bien”. Cuenta
que Carrasco y un gendarme que le limpiaba después de ser picaneado “eran los únicos un poco humanos de ese
lugar”.
Juan Carlos Baer era empleado de la
fábrica NorWinco por el año 75’. Recuerda que en julio de ese año, se
encontraba en su domicilio cuando un grupo de personas que estaban armadas y
encapuchadas accedieron a su casa, levantaron de los pelos a su mujer, y al
intentar defenderla lo golpearon tanto que terminaron por desmayarlo. Según lo
que le contaron (no recuerda debido al desmayo) fue trasladado a una comisaría
y luego a la Escuelita de Famaillá. Allí recibió diversas torturas e interrogatorios,
“una vez me tiraron hormigas en todo el
cuerpo”. Al día de hoy, perdió el 80% de su oído debido a al maltrato
durante su detención. Entre los otros empleados que pasaron por lo mismo que
él, recuerda a Rolando Camuñas, Raúl Cabrera y Oscar González. Baer dice que
todos terminaron en la cárcel y fueron liberados luego de 5 años, salvo Rolando
que pudo salir antes. Juan Carlos estuvo 4 años en el penal de Rawson y en esa
instancia tuvo una perforación de intestino ocasionada por las torturas, por lo
que tuvo que ser operado por los mismos militares.
Su último año detenido lo pasó en el
penal de la Plata, y en el momento de su liberación junto a otros detenidos,
les dijeron que los soltaban porque “son perejiles”, si no los habrían matado.
Juan Carlos escribió un libro en el
que narra todo lo que tuvo que pasar a partir de su secuestro, “¿por qué eligieron una escuelita para
secuestros y torturas? ¿por qué me detuvieron a mí?”, se pregunta.
El caso D’Hiriart
María del Milagro D’Hiriart, Guillermo
José D’Hiriart y Luis D’Hiriart (este último por videoconferencia desde la
ciudad de Bariloche) declararon ante el Tribunal Oral Federal, acerca de los
hechos que perjudicaron a su hermano José D’Hiriart.
En agosto del año 1975, José D’hiriart
vivía junto a sus padres y ocho hermanos en Piedra Buena. Fue periodista,
jugador de Rugby, militó en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores)
y en el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Un día de agosto, se
encontraba viajando en un colectivo cuando este fue interceptado por una patrulla policial. Cuando procedieron a
identificar a las personas, José salió corriendo y fue ejecutado en ese mismo
momento. Su cuerpo herido fue traslado inmediatamente al Hospital Militar, en
donde se documentó que finalmente perdió la vida.
Dos o tres días después de que José no
había vuelto a casa, se hizo un allanamiento en el domicilio de los D’Hiriart,
a Luis (un año menor que José) lo tiraron al suelo y lo golpearon con el caño
de un fusil. Lo amenazaban diciéndole que si no hacía caso le iban a hacer lo
mismo que a su hermano.
El padre de los 9 hermanos se encargó
de hacer la denuncia por el allanamiento y de realizar todas las gestiones para
encontrar a su hijo José. “Le dijeron que
no lo busque porque estaba muerto”, comenta Guillermo D’Hiriart. Le
autorizaron a que haga un reconocimiento de cuerpos en el Cementerio del Norte,
allí se encontró con 10 cuerpos en tal mal estado que no pudo reconocer si
alguno le pertenecía a su hijo. Luego no le
reconocieron el Hábeas Corpus y desde el juzgado no le dieron
autorización para seguir buscando el cuerpo. Un día mientras se encontraba
trabajando en Salta, recibió la información de una persona conocida,
confirmándole la muerte de José. Así decidió volver a Tucumán y las
consecuencias familiares fueron devastadoras, el hombre entró en estado
depresivo.
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